domingo, 25 de noviembre de 2007

"El Desalojo" y la falta de alternancia en el poder

A aquellos que se desesperan por la falta de alternancia en el poder y que, no obstante la trágica experiencia de nuestro 11 de septiembre con todas sus secuelas, se permiten llamar al "desalojo" de la coalición gobernante, habría que recordarles que es la institucionalidad por ellos diseñada la que consagra el inmovilismo.

Es nuestro sistema político ultra presidencialista consagrado en la Constitución de 1980, el que constituye una camisa de fuerza que no contempla salida alguna para el fracaso de un gobierno, como sí ocurre en las más perfectas democracias occidentales, de carácter parlamentario, en las que existen los muy civilizados mecanismos del voto de censura y el voto de confianza, merced a los cuales, se confirma la mayoría de la fuerza gobernante o bien ésta pasa a ser reemplazada por otra, sin que ello signifique ningún trauma, sino sólo la dinámica propia de un sistema de gobierno que refleja fielmente la voluntad ciudadana.

Si queremos una sana política de acuerdos, legítima y efectiva, démonos nosotros los ciudadanos, el poder constituyente originario, una nueva Constitución y optemos por el parlamentarismo, régimen político en el cual, lo que prima son los acuerdos para la formación de mayorías gobernantes, pero consumados por los legítimos representantes de la ciudadanía y no por élites políticas eternizadas en el poder gracias a una institucionalidad política ad hoc ideada bajo un régimen de facto y cuya llave maestra es el antidemocrático sistema binominal, sin que la ciudadanía con su voto pueda influir mayormente.

La derecha, tan insensible al sentimiento nacional como la coalición gobernante, no percibe que mientras sigamos en esta camisa de fuerza que representa la Constitución de 1980 para la genuina expresión democrática de chilenos y chilenas, seguirá siendo minoría, porque es la forma en que los ciudadanos expresamos nuestro rechazo a esta democracia de mentira, que no nos dimos nosotros soberanamente, sino que nos fue impuesta por una dictadura en una parodia de acto cívico, como fue el fraudulento plebiscito de 1980. En tanto que si tuvieran la audacia y el coraje de jugarse por el cambio de nuestro régimen político en una nueva Constitución Parlamentaria, originada en una Asamblea Constituyente que nos represente a todos, siendo un motivo de unidad nacional y no el factor de división actual, sin duda el panorama cambiaría y podrían empezar a pensar en ser gobierno.

Cuando defiendo y postulo la adopción del régimen parlamentario para nuestro país, me estoy refiriendo a lo que se entiende por tal en el Derecho y la ciencia política, que ciertamente no se corresponde con la experiencia posterior a la Revolución de 1891 en nuestro país, sino con aquellos actualmente experimentados con éxito en todos los continentes, si bien nacidos en Europa, sea en monarquías constitucionales (Reino Unido, España, Holanda, Suecia, Bélgica, etc.) o en repúblicas parlamentarias (Portugal, Alemania, Italia, Irlanda, etc.). En el Derecho, existe un aforismo que dice, "las cosas son lo que son y no lo que se dice que son", y la así llamada por nuestra historiografía República Parlamentaria, no era un régimen parlamentario con los mecanismos del voto de censura y el voto de confianza, así como la antigua República Democrática Alemana tampoco era una democracia.

Este régimen parlamentario debiera contemplar un Parlamento unicameral. Hay que destacar que la vigencia de la Constitución de 1980 ha conllevado el desprestigio permanente del Senado, primeramente, por la incorporación de los senadores designados, que significó una antidemocrática representación minoritaria para la coalición mayoritaria durante sus 3 primeros gobiernos. Y pese a su eliminación por la reforma constitucional de 2005, en la práctica, la institución de los senadores designados, ha sobrevivido, merced al antidemocrático sistema binominal, que asegura un cupo a cada coalición, lo cual, unido a la opción de presentarse sólo o "blindado" en la lista respectiva, asegura el asiento senatorial al margen de la voluntad ciudadana al “blindado” de turno, por la sola designación partidaria previa. Por otra parte, también resulta del todo incoherente que se creen nuevas regiones que carezcan de representación senatorial, como ha estado ocurriendo últimamente. Tampoco se justifica la preservación de un Senado que cumple prácticamente las mismas funciones de la Cámara, aunque con una más pobre representación que aquélla en virtud de lo recién señalado. Finalmente, la preservación de la Cámara Alta sólo se traduce en una absurda actitud de nuestros representantes, que conciben el paso de la Cámara al Senado como una suerte de ascenso, con algún halo aristocratizante bastante ridículo.

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